Comparto con ustedes esta pequeña investigación sobre una costumbre desconocida para la mayoría de nosotros, pero que formaba parte de la vida de la sociedad dominicana en el siglo XIX. La idea era sorprender a “los recién casados cuando uno de los cónyuges era viudo”; esto consistía en que un grupo de personas se colocaba frente a la casa de la novia, ataba a la cola de un burro cántaros viejos oxidados, llenos de piedras, cascajo, pedazos de ladrillos y hacían correr el burro para que hiciera mucho ruido, causando risas y burlas del grupo participante; también podían acompañar a la novia desde su casa hasta la iglesia y luego de regreso. De acuerdo con la tradición existía un protagonista: “el alma del compañero ido” quien en espíritu presidía la actividad como una forma de protestar.
Ramón Emilio Jiménez nos explica que su origen se remonta a una costumbre de los paganos ricos quienes, en ocasión de su matrimonio, solían obsequiar dádivas al pueblo, que celebraba con gran ruido. Agrega que “El cristianismo vio una pena en esas dádivas; en el ruido, una manifestación de injuria y dio un sesgo a la costumbre, reservándola para los viudos que volvían a casarse” (esto ocurría también con las viudas). Aunque no se sabe exactamente cuándo comenzó a practicarse en esta tierra, se atribuye a una herencia española con un toque africano. Esta costumbre abochornaba a los desposados al extremo que algunas solteras preferían no corresponder a los viudos por temor a ser objeto de esta broma.

La mejor forma de enfrentar la cencerrada era mantener la sangre fría, ya que devolver insultos solo provocaba una nueva tanda de cencerrada. Generalmente, tratar de burlar el grupo manteniendo en secreto la ceremonia, aun cuando se organizara en estricta intimidad familiar, no tenía buenos resultados, ya que el director del grupo, apodado “abad”, tenía espías en todos lados que alertaban sobre cualquier movimiento sospechoso. Por ejemplo, la entrada del oficial de Estado Civil a la casa del padre de la novia motivaba de un lado, que el grupo rápidamente armara la actividad y, por otro lado, provocara las lágrimas de la novia.
La cencerrada podía terminar de varias formas, algunas de ellas violentamente, por lo que casi siempre iba custodiada por la policía, para mantener el orden público. Una de las formas de terminar la cencerrada era entendiéndose con el “abad” antes de comenzar. Algunas veces ya con la actividad montada, el cónyuge podía de forma amable y diplomática, obsequiar tanto elogios como regalos, los cuales podían desactivar la actividad de forma “natural”.
También podían terminar a tiros, lo que motivó su prohibición. En Puerto Plata, el periódico “El Porvenir” publicó un aviso del Gobierno Civil y Militar del Distrito de fecha 27 de enero de 1872, donde calificaba esta costumbre a “punto de traspasar los limites de la decencia alterando la tranquilidad pública” por lo que advierte a nacionales y extranjeros que el castigo por participar en cencerradas podía conllevar multas de hasta diez pesos, además de otras penas.
Ney Finke reseña “La cencerrada más famosa de la ciudad” de Puerto Plata, que tuvo lugar en ocasión de la boda de Eugenio Senior y Juana Arias, cuyas autoras fueron: Masu Bobadilla, Nena Heureaux, hermana de Lilis y Cipriana Artiles. La desposada, en venganza, aguardó pacientemente a que Nena Heureaux pasara frente a su casa, como habitualmente hacía, abrió la puerta y la abofeteó.
Esta cencerrada inspiró a Jaime Colson, el periodista, a escribir las siguientes estrofas:
LA BODA DE FILENO Y LOLITA
Con una gorra fantástica
Y su levita estrambótica
Pantalón de moda gálica
Iba esa figura plástica
Cual si fuera planta exótica.
Iba la novia gentílica
Mas seria que Santa Mónica
Sin fijarse en la diabólica
turba de la gente crítica.
De acuerdo con Arturo Bueno “la civilización le dio el tiro de gracia, por los años 1903 al 1906” a las cencerradas. Relata que la última que tuvo lugar en Santiago ocurrió en 1904, en ocasión de una famosa boda celebrada en la casa No. 100 de la calle Cuba, donde los “encerradistas” y los familiares de los recién casados se agarraron a “trompadas, pescozones, mordiscos, estrujones, jaladera de revólveres, cuchillos, piedras, etc.”, amaneciendo todos los participantes en la trifulca detenidos en la fortaleza San Luis.
La cencerrada o encerrada, forma parte de las costumbres y tradiciones dominicanas que pasaron a la historia al igual que el siglo XIX en el que se desarrollaron y lograron protagonismo.
4 respuestas
Agradable relato de vivencias de travesuras añejas.
Asi es. Ła fuerza de la costumbre y la sencillez de la vida de antaño.
Realmente algo de eso me suena en la memoria. Una pregunta: esa costumbre ¿será el origen de todo lo que se le ponen al carro de los Recién casados? Investígalo. Tu padre estaría orgulloso de ti como lo estoy yo, porque su trabajo de investigación no se va a perder. Yo quería mucho a don NEY. Muchísimas Felicidades Beba.
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Gracias, él me heredó esta pasión y lo hago por él, en su memoria. Me encantó la pregunta de investigación que me pones y tiene mucha lógica, estoy trabajando el siglo XIX, cuando termine investigare el siglo XX con la aparición del carro. Te dejo saber. Un beso